BIENVENIDOS

ESTA ES LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "Rafael Delgado, Realidad y Mito de un Pueblo", de la autoría de Pedro Enríquez Hdez.

UBICACIÓN DEL MUNICIPIO DE RAFAEL DELGADO, VER.

El municipio de Rafael Delgado, Veracruz, México, se encuentra ubicado en la zona centro del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, en las coordenadas 18° 49” latitud norte y 97° 04” longitud oeste, a una altura de 1,160 metros sobre el nivel del mar.

Limita al norte con Orizaba; al este con Ixtaczoquitlán; al sur con San Andrés Tenejapan, Tlilapan y Nogales; al oeste con Río Blanco. Tiene una superficie de 39.48 Km2, cifra que representa un 0.05% total de la entidad veracruzana. (Enciclopedia Municipal Veracruzana, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría Técnica, edición 1998)

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sábado, 7 de febrero de 2009

Rafael Delgado, Realidad y Mito de un Pueblo


Con amor a todos los habitantes de este municipio.

Un pueblo sin historia es un pueblo muerto.

El portal de este libro no persigue fines de lucro.
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Obra protegida por el Derecho de Autor.



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FORMATO Y ESTRUCTURA DEL LIBRO


Para una mejor comprensión del presente libro, a continuación presento el índice de capítulos de la obra. (Haz click en los subtemas de la columna derecha de este espacio).
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CAPÍTULO I
La fundación del pueblo
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CAPÍTULO II
El náhuatl, ah, esa palabra
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CAPÍTULO III
Crónica de un movimiento popular
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CAPÍTULO IV
Los nahuales de Chiahualpa
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CAPÍTULO V
Lo que mis padres y abuelos me contaron
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CAPÍTULO VI
Un cuento, un poema
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BIBLIOGRAFÍA
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Agustín García Márquez, La Tierra de los Pasados (Crónica de Jalapilla, Rafael Delgado), Instituto Nacional Indigenista, edición 2002.


Autores varios (Eutiquio Jerónimo Sánchez, Ezequiel Jiménez Romero, Ramón Tepole González, Andrés Hasler Hangert, Aquiles Quiahua Macuixtle y Jorge Luis Hernández), Diccionario Nawatl Moderno – Español, de la Sierra de Zongolica, Ver., Edición 2007, Xalapa Eqz, Ver., México.


Armando Anguiano Ayala, Historia Esencial de México, Editorial Contenido, S. A. de C.V., México, D.F., 2003, Primera Edición.


Charlas informales con distintas personas mayores de la localidad para el caso de “Cuando la leyenda se asoma” y “Lo que mis padres y abuelos me contaron”.


Enciclopedia Municipal Veracruzana, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría Técnica, edición 1998.


Enlace Veracruz 212, Personajes Ilustres de Veracruz, Internet


Francisco Larroyo, Historia Comparada de la Educación en México, Editorial Porrúa, México, D.F., 1980.

Grandes Civilizaciones, Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana (UTEHA), edición 1993, México D.F.


José María Naredo, Historia de Orizaba, edición facsimilar, 1973.
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"La fundación del pueblo" se basa en datos obtenidos de un documento mecanografiado, de un manuscrito histórico (propiedad del Ayuntamiento de Rafael Delgado), con fecha del 14 de diciembre de 1837.


Participación directa en el caso de “Crónica de un movimiento popular”.


Secretaría de Gobernación-Conapo, Comunicado de Prensa 04/06, México, D.F., 21 de febrero de 2006, Día Internacional de la Lengua Materna.


Secretaría de Educación Pública, Gramática Náhuatl - Cuarto Grado, Edición 1983.


Secretaría de Educación Pública, Nauatlajtoli, lengua náhuatl del Centro de Veracruz, Parte II, edición 1996, primer ciclo.


Secretaría de Educación Pública, Nauatlajtoli, lengua náhuatl, Centro de Veracruz, primer grado, edición 1999.


Secretaría de Educación Pública, Nauatlajtolmelaualistli, Cuarto Grado, Edición 1983.


Víctor W. Von Hagen, Los Aztecas, Hombre y Tribu, Editorial Diana, México, D.F., 1986.






Introducción






Este es un trabajo que habla de la fundación de lo que hoy es el municipio de Rafael Delgado, el cambio de su nombre de San Juan del Río a Rafael Delgado y el por qué se le llamó así.


El objetivo principal de esta obra es presentar algunos datos inéditos de nuestro pueblo. Así, abordamos también en forma breve la importancia de nuestra lengua indígena (el náhuatl), así como la narración de algunos hechos recientes en que mucha gente de esta localidad participó para pretender, a su manera, resolver un problema que le afectaba.




La obra adquiere importancia e interés con la exposición de algunas leyendas que nunca habían sido escritas, sino que se transmitieron en forma oral durante algún tiempo entre nuestros antepasados, pero que últimamente estaban ya prácticamente desaparecidas.




Las leyendas se lograron gracias a mis padres y abuelos, así como a dos personas en especial, de nombre Francisco Baltasar y Miguel Lastre (+), quienes, ya ancianos, se sentaron algunas veces a platicar con el autor de esta obra cuando éste era sólo un niño.




En el último capítulo hay un cuento en el que tratamos de resaltar algunos aspectos de nuestro pueblo antiguo, mezclados a veces con algunas imágenes de las mismas leyendas ya narradas. Insertamos también un poema dedicado exclusivamente a nuestro bello municipio de Rafael Delgado.

Ubicación del municipio de Rafael Delgado

El municipio de Rafael Delgado, Ver., se encuentra ubicado en la zona centro del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, en las coordenadas 18° 49” latitud norte y 97° 04” longitud oeste, a una altura de 1,160 metros sobre el nivel del mar.


Limita al norte con Orizaba; al este con Ixtaczoquitlán; al sur con San Andrés Tenejapan, Tlilapan y Nogales; al oeste con Río Blanco. Tiene una superficie de 39.48 Km2, cifra que representa un 0.05% total de la entidad veracruzana. (Enciclopedia Municipal Veracruzana, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría Técnica, edición 1998)

La fundación del pueblo


Parecido al caso de los aztecas, que partieron de un lejano lugar llamado Aztlán, para luego establecerse en el Valle de Anáhuac (hoy ciudad de México), los primeros pobladores del actual municipio de Rafael Delgado, Veracruz, vinieron de San Juan Tzoncolco para ubicarse no en el Anáhuac sino en un rinconcito del Valle de Orizaba, denominado antiguamente Chiahualpa o Teposchicoya.


A petición suya y facultadas por la justicia de Orizaba y por el gobierno superior de la Nueva España, alrededor de sesenta familias descendieron de las montañas y fundaron el pueblo hace poco más de trescientos años.

A diferencia de los aztecas, que se detuvieron en las inmediaciones de un gran lago para posteriormente fundar su pueblo en medio de la zona lacustre del Texcoco, los pobladores de Tzoncolco se establecieron en las orillas del Río Tlilapan, cuyas aguas y corrientes simbolizaban, para los nuevos habitantes, abundancia y vida cómoda, como el gran Nilo, en su momento, para los egipcios.


La razón principal que se esgrimió para el traslado era que el pueblo ocupaba un paraje inadecuado e inhóspito, pues, a decir verdad, no tenía tierras cultivables ni agua para su subsistencia. En el aspecto religioso, las condiciones también dificultaban el otorgamiento de los santos sacramentos.


Cuando el pueblo de San Juan Tzoncolco inició la gestión de mudarse a la zona baja, esta área tenía tres denominaciones principales: Chiahualpa, Teposchicoya y Cuáhtlatli, aunque estos dos últimos topónimos pertenecían realmente a algunos cerros del selvático sitio de Chiahualpa. Al momento de instalarse las primeras familias en el lugar, los viejos nombres se fueron opacando lentamente por la novedosa denominación de San Juan del Río.


El topónimo obedecía a motivos religiosos. Era San Juan Tzoncolco porque en el pueblo, a causa del proceso de evangelización cristiana, los españoles ya habían entronizado al patrono de San Juan Bautista. Cuando la gente se mudó a Chiahualpa se sobrentiende que la Iglesia también trasladó al nuevo lugar a la efigie del santo. Por la cercanía del cause fluvial, ahora Chiahualpa o Teposchicoya tomó el nombre de San Juan del Río, aunque existía la posibilidad de llamarse también San Juan Chiahualpa o San Juan Teposchicoya.


Actualmente Tzoncolco es congregación del municipio de Rafael Delgado, y se ubica al lado Poniente del municipio de Tlilapan, a una distancia aproximada de cuatro kilómetros, en las laderas de las montañas de la sierra.

Los motivos del cambio



El primer anuncio en torno de la mudanza se dio en 1693. Al parecer, los naturales de San Juan Tzoncolco presentaron su queja de infortunios ante el cura que visitaba el pueblo. Le solicitaron que notificase a las autoridades jurisdiccionales de Orizaba la necesidad de cambiarse a otro lugar debido a las condiciones en que se encontraban.


La propuesta se analizó. Se dejó entrever que la petición era justa. Así, un año después, en 1694, un tal Juan Eligio de Ariza, en nombre de los naturales, gobernador, alcalde y común del pueblo de Orizaba, se dirige a don Gaspar de Sandoval Zerda Silva y Mendoza, Virrey, Gobernador y Capitán de la Nueva España, para informarle acerca de las condiciones que prevalecían en el poblado de San Juan Tzoncolco.


Se explicaba que había graves inconvenientes porque el pueblo se encontraba “fundado entre peñas y barrancos monstruosos”, por lo que los habitantes no sólo padecían “en lo humano muchas necesidades”, sino también en lo divino “por no ser posible el que se abriese camino para que los ministros fuesen a administrarles los santos sacramentos de que carecían la mayor parte del año”, por las continuas lluvias que dificultaban el tránsito.


Por esta razón --agregaba Juan Eligio de Ariza--, “me suplicaban les hiciera merced a dichos naturales de un sitio de tierra realenga, Chiahualpa, que por otro nombre llaman Teposchicoya, confinante al pueblo de Tlilapan y del río de mismo nombre, y otro llamado Cuatlatli, para que en él pudiese fundar y mudarse con facilidad, por ser pocas las familias y no llegar más que a sus sesenta”.


El que se dirige al Virrey aclara que la “ejecución a las reales órdenes y cédulas que disponen mandan que las poblaciones sean en lugares oportunos, y no monstruosos, para la remoción del pueblo, donde con facilidad se le pueda instruir en la doctrina”.


Los argumentos y puntos de vista tanto de las autoridades civiles como eclesiásticas, para la remoción del pueblo, se sintetizaban en cuatro puntos básicos:


a)No había campo alguno para sus siembras ni albergues para su ganado.

b)La gran dificultad que había para asistirles con el pasto de la doctrina y administración de los santos sacramentos.

c)Por lo inaccesible del lugar. Sólo en tiempos de secas se formaba un caminillo, pero en éste “no se podía pasar por la fragosidad de las serranías”.

d)Por estar lejos, los vecinos tenían a veces “el sacrílego vicio de la idolatría, muchas supersticiones y fatal ruina de sus almas”.


La noticia, aunque lenta, se divulgó. Pronto apareció un supuesto propietario de las tierras de Chiahualpa o Teposchicoya. En las actas levantadas en ese entonces se omitía la identidad del “dueño”. Sólo se manejaba como el Conde del Valle... de Orizaba. El que daba la cara por él era su representante, de nombre Juan Félix de Gálvez.

El “propietario” se presentó ante el alcalde mayor de Orizaba para explicar que había conocido la noticia de que “los indios del pueblo o barrio de Tzoncolco” tenían la intención de “fundar dicho barrio o pueblo en el paraje llamado rincón de Tlilapan” (Chiahualpa), el cual se le “estaba arrendando al marqués de la Colina”.

El Conde dijo ser el único dueño de la zona y que la había “poseído y poseía quieta y pacíficamente por más de 100 años” mediante sus antecesores. Y de ello “contaba de instrumentos que posaban en la Secretaría de Archivo del pueblo de Orizaba”. Comentó que de ser trasladados los naturales de Tzoncolco sería un grave perjuicio para sus propiedades, pues de éstas extraía madera para su ingenio (fábrica de azúcar).


Sin embargo, el Conde no era tan poderoso como creía serlo, por lo que sus quejas y argumentos no hicieron mella. Las autoridades correspondientes concluyeron que el supuesto propietario carecía de documentos y títulos que avalaran sus reclamos.

Se realizaron más investigaciones y trámites. Posteriormente, el licenciado José Cabrera, abogado de la Real Audiencia, emitió un dictamen por medio del cual consideraba que el traslado del pueblo de San Juan Tzoncolco a Chiahualpa era justo.


Puntualizó que el pueblo sería beneficiado porque se tendría cerca el río de Tlilapan, tierras para sembrar y pastos para el ganado, todo lo cual resulta que “en fundamento de la Ley Octava del Libro Sexto, Título Tres de la Recopilación Novísima de Indios, puede vuestra excelencia (siendo servido) conceder la licencia para la mudanza y fundación de dicho pueblo. Pues la decisión y razón final de dicha ley es que los sitios en que se han de fundar pueblos de naturales tengan comodidades de agua, tierras y montes, entradas y salidas y ejidos para sus ganados, calidades y comodidades”.

Conceden autorización a tzoncolcas


A finales del mismo año, 1694, el gobierno superior de la Nueva España concedió la autorización de fundar el pueblo en Chiahualpa o Teposchicoya. Los documentos en que se asienta el acto de posesión fueron levantados por el escribano real y público, Juan Espinoza.


Testifica que el 7 de mayo de 1695, don Juan de la Lastra Madrazo, Alcalde Mayor y Capitán a Guerra de Orizaba (sic), se presentó en Chiahualpa para darles posesión “real y corporal” en estas áreas a los naturales de San Juan Tzoncolco. Estuvieron presentes también, en calidad de autoridades indígenas del barrio o pueblo de Tzoncolco, los señores Diego Martín, alcalde; Juan Antonio, alguacil mayor; y Pascual (tequitlatol).


En cumplimiento del mandato superior, el alcalde mayor, Juan de la Lastra, tomó de las manos a los representantes indígenas para meterlos y pasarlos en las nuevas tierras chiahualpenses y dijo que “en nombre de su Majestad, que Dios guarde, y sin perjuicio de su derecho, les doy posesión real, actual y corporal la mudanza de dicho pueblo”.


Los líderes indígenas, en nombre de su pueblo, procedieron a aceptar y tomar las tierras. Y, en señal de ello, “tiraron piedras y arrancaron yerbas”. En calidad de testigos de ese hecho histórico asistieron don Tomás de Arreola, Nicolás Moctezuma, José de Robles, el gobernador, alcalde y muchos naturales de ese pueblo.

La verdadera causa de la mudanza



La mudanza del pueblo de Tzoncolco a Chiahualpa no fue más que el retorno de los auténticos dueños a su tierra. La llegada de los españoles al continente americano, principalmente a México, el sometimiento a la esclavitud, al maltrato y al exterminio de los naturales, provocaron indiscutiblemente la estampida de muchos grupos humanos, refugiándose en zonas hostiles, como son las montañas y sierras del país. Prefirieron abandonar sus tierras planas y abiertas que morir o ser esclavizados en manos de los europeos.


El apoyo que tuvieron los pobladores de Tzoncolco para ser trasladados a las tierras bajas no se debió realmente a la generosidad del clero ni de las autoridades del virreinato. La protección provino de nuevas leyes y mandatos legislados por la Corona española a consecuencia de la enérgica protesta de algunos defensores de los naturales, como los frailes Bartolomé de las Casas y Juan de Zumárraga, entre otros, quienes no vieron con buenos ojos el maltrato del cual eran víctimas los aborígenes a pesar de que se resistían a aceptar la religión cristiana.


Al efecto, los españoles abolieron las famosas encomiendas, las cuales conformaban una institución colonial en América, que tenía por objeto el repartimiento de indios entre los conquistadores. El indio debía trabajar o pagar un tributo a su dueño llamado encomendero, que tenía la obligación de enseñarle la doctrina católica, instruirle y protegerle.


Más tarde, sin embargo, los cambios legislativos de la Reina Isabel buscaron la forma de proteger a los aborígenes. Así, se ordenó el espacio de los pueblos a semejanza de su tradición prehispánica, que contaron con sus autoridades, parroquias, fiestas y tierras comunales para pastar, cortar leña, etc. Estas medidas fueron las que salvaron, en cierto modo, a muchas comunidades, entre ellas, la de Tzoncolco.


Un testimonio de 1697 señala que el asentamiento de Tzoncolco tiene éxito en la recuperación de su antigua territorialidad. El patrón de poblamiento prehispánico, por razones de seguridad, hace predominante la radicación de los altepec (lugares o comunidades) en la cumbre de los altos cerros, en tanto permanecen deshabitados los llamados abiertos al ataque enemigo, aunque el argumento quedó invalidado cuando la técnica militar --el uso de armas de fuego-- superó los obstáculos derivados de la orografía fragosa.


Los tzoncolcas, estando tan seguros de la recuperación de sus tierras, al ser trasladados a Chiahualpa, solicitaron que se les ubicara dentro de los límites de su territorialidad usurpada por el Conde del Valle, quien, incluso, poseía también la “planada” de Jalapilla. Los pocos que se quedaron en Tzoncolco Tlacpac (Tzoncolco el Alto), de igual modo, reclamaron que se les legitimara su posesión en las montañas, de Necoxtla, Omiquila, San Cristóbal y Petlacalco.


Otra causa que motivó bajar a la gente de Tzoncolco fue la de tener cerca a los pobladores, estableciéndolos en el lugares accesibles, con el propósito de imponerles la religión católica. Estando retirados, obvio era que los curas o párrocos tenían dificultades para llegar a las pequeñas aldeas, y, en consecuencia, no alcanzaban el objetivo de evangelizar a los naturales, quienes, a decir de los mismos españoles, incurrían en “sacrilegios, vicios de idolatría, muchas supersticiones y total ruina de sus almas”.

¿Qué significa Chiahualpa?



El sitio al que regresaron los tzoncolcas se llamaba Chiahualpa. ¿Qué significa este término? Indudablemente la palabra se deriva de chiahuatl, que significa cenagal o cenagosa. Chiuahualpa, por tanto, es el lugar del fango o del lodo, pantanoso o acuoso.

La personas mayores, como padres y abuelos, han relatado que existían sobradas razones para que la actual cabecera municipal se llamase Chiahualpa, o zona acuosa, en épocas pasadas, en virtud de que hasta hace poco en algunos puntos de la localidad había remanentes de charcas y arroyos, los cuales en la actualidad han desaparecido casi en su totalidad, pero que recientemente conservaban su nombre lacustre. Por ejemplo, a dos cuadras del centro, por el sur, sobre la Avenida Benito Juárez, el sitio se llamaba La Laguna.


El uso de los manantiales ubicados en los cerros para el abastecimiento de agua potable y los cambios climáticos que con el tiempo se han registrado por la depredación del hombre, provocaron la desaparición de los tres arroyos principales con que contaba este municipio. Actualmente sólo quedan las barrancas y vestigios por donde algún tiempo fluyeron caudales de aguas cristalinas. Ahí están las barrancas de Ocotla, Poyacapan y Abalapan, en el Primero, Tercero y Quinto Barrios, respectivamente, en la cabecera municipal. El río Matzinga, muy aparte por el grueso del volumen de agua que lo conforma, también contribuyó indiscutiblemente para que el lugar del actual municipio se llamase Chiahualpa en los tiempos prehispánicos.

Nueva lengua, nueva religión... nuevos apellidos



Otro de los asuntos que llama poderosamente la atención es cómo surgieron los patronímicos que hoy cargan los apelativos del grupo social que habita el municipio. Ya sabemos que los tzoncolcas regresaron a su área de origen en 1695, a instancias de ellos mismos y de las autoridades de la Nueva España. El traslado les permitió someterse totalmente a las metas religiosas y lingüísticas de los españoles. Así, las familias de Tzoncolco no solamente comenzaron a profesar la religión católica, sino, además, también fueron conociendo la lengua española o castellana.


La realidad social del tiempo actual nos indica que los españoles no se limitaron sólo a estos dos aspectos importantes de la cultura europea, sino que quisieron también adoptar sus apellidos en forma artificial en los grupos sociales indígenas, esto es, no hubo mezcla racial o biológica Hoy en día en esta localidad nadie carga apellidos indígenas, como en otros municipios cercanos ubicados en la sierra de Zongolica. Todos cargamos nombres patronímicos europeos. Existen familias con apellidos indígenas, pero ha sido por el resultado de las uniones de parejas entre delguenses y personas provenientes de otros municipios de las zonas serranas.


El fundamento de que en este municipio no hubo mezcla racial entre españoles y nativos parte de la tesis de que sólo contamos con los apellidos de los conquistadores, mas no de los rasgos físicos y genéticos. Esto revela que, en última instancia, lo que ocurrió fue una mezcla de nativos con grupos ya amestizados, lo cual permitió seguir conservando las características físicas de los rasgos indígenas en la mayor parte de la población actual.

De San Juan del Río a Rafael Delgado


Un siglo después de haberse fundado el pequeño poblado en Chiahualpa, San Juan del Río, en 1795, era un pueblo próspero, con escuela de primeras letras, iglesia parroquial, cuyos moradores se ganaban la vida sembrando maíz, cosechando frutas y vendiendo leña, carbón y tortillas, en Orizaba, según las estadísticas de 1831.


Se desconoce en qué momento Chiahualpa adoptó el nombre de San Juan del Río. Si fue inmediatamente de establecerse las 60 familias que descendieron de San Juan Tzoncolco o fue mucho tiempo después. Lo cierto es que en 1831 el pueblo de San Juan del Río se constituye en una municipalidad. El topónimo surgió a raíz de la entronización de San Juan Bautista como uno de los símbolos del catolicismo, traído en la literatura bíblica con la llegada de los españoles. A pesar de que los nativos de la Chiahualpa prehispánica huyeron a las faldas de las montañas de la Sierra de Zongolica para salvarse del exterminio europeo, los españoles lograron penetrar y establecer la efigie de San Juan Bautista en el minúsculo poblado de Tzoncolco, con el incesante afán de imponer la religión católica.

No obstante que puede intuirse que Teposchicoya y Cuáhtlatli eran nombres de los cerros del actual Tepoztécatl y Cuatláhac, lo cierto es que los escribanos españoles de entonces dejaron asentado en sus documentos que tales denominaciones eran sinónimos de Chiahualpa. Es por ello que hemos señalado que el topónimo de San Juan del Río bien pudo haber sido también San Juan Chiahualpa, San Juan Teposchicoya o posiblemente San Juan Cuáhtlatli. Pero no. Aquí influyeron una vez más las ideas europeas y Chiahualpa fue “bautizado” con el nombre elegante de San Juan del Río. Como puede notarse, el traslado de los naturales a tierras bajas no significó ningún peligro o amenaza para la evangelización cristiana. La figura del santo continuó imperando en el pueblo.


Sin embargo, las luchas anticlericales o seculares que cobraron fuerza durante el gobierno de Don Benito Juárez, con las Leyes de Reforma, en 1859, tuvieron efectos más tarde en la influencia eclesiástica. El topónimo de San Juan del Río –casi San Juan Bautista-fue sustituido por el nombre de otro personaje. El cambio tuvo que ver con la llamada “rebelión cristera”, ocurrida entre los años 1926 y 1929, durante el régimen de Plutarco Elías Calles. Aún cuando el conflicto llegó a resolverse satisfactoriamente, cediendo los derechos de los católicos, la política anticlerical del gobierno continuó. Bajo este tenor, decidió retirar los nombres religiosos de algunos municipios y poblaciones para aplicarles nuevas denominaciones seculares, es decir, no religiosas, con el objeto de contrarrestar la aún fuerte influencia política de la Iglesia Católica.

viernes, 6 de febrero de 2009

Rafael Delgado, el nuevo nombre


Así, el 5 de noviembre de 1932, por decreto del Ejecutivo Estatal, el municipio de San Juan del Río y su cabecera cambian de topónimo por el de Rafael Delgado. A falta de un personaje ilustre en la localidad, en homenaje del cual se hubiese nombrado al pueblo, las autoridades estatales prácticamente tomaron prestado el apelativo y el primer patronímico del destacado escritor cordobés, Rafael Delgado Sáinz, para “rebautizar” a nuestra jurisdicción municipal.


¿Quién fue Rafael Delgado? Al respecto ha existido cierta apatía, tanto por las autoridades municipales como por los habitantes del municipio. Y Rafael Delgado, el escritor, no solamente es desconocido por los vecinos radicados en esta localidad, sino por la gente de otros lugares, quienes al escuchar la expresión “soy del municipio de Rafael Delgado”, quedan sorprendidos o preguntan inmediatamente: ese qué municipio es y quién es Rafael Delgado. A nivel estatal, ya como municipio, muchos confunden con el municipio de Rafael Lucio o con San Rafael, una congregación de Martínez de la Torre (actualmente ya es municipio). Aún cuando ya habían escuchado en alguna ocasión, a veces a los delguenses les dicen: ”Ah, ya sé”. “Eres de San Rafael Delgado”. Después de más de 70 años de haberle cambiado el nombre, mucha gente de la región aún cree en la actualidad que el nombre oficial del municipio es San Juan del Río.


Obviamente, si Rafael Delgado fue un escritor, el asunto tiene qué ver mucho con la literatura mexicana. Pero los mexicanos somos poco afectos a la literatura, a la lectura; luego entonces, la ignorancia de la mayoría en relación a la identidad de nuestro personaje es explicable.


No obstante, para los que son adentrados en el mundo de las letras, como el también escritor cordobés, el dramaturgo Emilio Carballido, Rafael Delgado fue un escritor clásico. Fue un innovador de la literatura mexicana. Destaca su obra La Calandria, la cual se ha llevado al cine y a la radionovela y “han pasado por las manos de bastantes generaciones de lectores, sin perder su vigencia”.


“Enlace Veracruz 212”
[1], en Personajes Ilustres de Veracruz, nos describe con mayor detalle la vida del destacado escritor:

Él no fue soldado heroico, ni ejemplar gobernante, ni destacado luchador social, mas su nombre es reconocido con respeto y admiración en México y en el extranjero porque fue uno de los mejores escritores mexicanos del siglo XIX. Rafael Delgado nació el 20 de agosto de 1853, en Córdoba, Ver., ciudad que ha sido cuna de talentosos hombres de letras, desde la época colonial hasta el siglo XX, como el Jesuita Agustín Pablo de Castro, Jorge Cuesta, Rubén Bonifaz Nuño y Emilio Carballido, entre otros.


Pero Rafael no vivió mucho tiempo allí pues sus padres, que eran personas acaudaladas, muy católicos y de ideas conservadoras, apoyaban al grupo de Santa Anna, por lo que al crecer el movimiento liberal en Córdoba tuvieron que trasladarse a Orizaba, donde nuestro personaje pasó la mayor parte de su vida. Sin embargo como era gran admirador de la exuberante vegetación cordobesa, en sus novelas Delgado bautizó a su tierra nativa con el nombre de Villaverde y le dedicó hermosas páginas en las que describe la belleza de su paisaje. En la mitad del siglo XIX, la lucha entre liberales y conservadores había provocado una profunda inestabilidad política y económica que arruinó a muchas familias ricas, entre ellas la Familia Delgado Sainz, que pasó a ser de clase media. Esas pugnas entre liberales masones y católicos conservadores, así como las diferencias entre los ricos porfiristas y la clase media, recreadas con gran fidelidad en su novela “Los Parientes Ricos”. Porque el cordobés de quien hablamos fue un escritor realista y costumbrista; su pluma fue como una cámara fotográfica que mostró sin falsedad a los veracruzanos de aquella época, ricos y pobres, buenos y malos, hombres y mujeres, sus costumbres, su modo de hablar, sus sentimientos.


Rafael Delgado fue un hombre muy instruido y aunque se educó casi totalmente en Orizaba, por medio de los libros conoció a los más grandes escritores europeos, ya que sabía inglés, francés e italiano. Estudió la preparatoria y la carrera de profesor en el Colegio Nacional de Orizaba, de donde fue Catedrático de Literatura e Historia durante dieciocho años. En 1884, decide México para continuar con su carrera literaria. Su fama de escritor llega hasta Europa ya que es nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Sin embargo, su situación económica era difícil, por lo que retorna a Orizaba para continuar con sus cátedras. En1901, invitado por el Gobernador del Estado, imparte las clases de Español y Literatura en Xalapa durante ocho años. Su amigo el novelista José López Portillo y Rojas, Gobernador de Jalisco, invita a Rafael Delgado a dirigir el Departamento de Educación de aquel Estado. Se desempeña algún tiempo en esta función pero, en 1913, su viejo padecimiento de artritis lo obliga a retornar a Orizaba.


Aunque en su juventud fue de aspecto agradable, pulcro en el vestir, cabello y bigote rubios, ojos claros, y muy católico pero no fanático, nunca se casó. En su vejez su carácter afable se tornó hosco. Fumador empedernido, buscó en el vino el consuelo a sus penas. Afectado de una enfermedad bronquial, lo agrava la depresión causada por la invasión norteamericana a Veracruz y muere en Orizaba en 1914.


Rafael Delgado fue un provinciano que amó profundamente su terruño. En sus poemas, cuentos y novelas inmortalizó a Orizaba con el nombre de Pluviosilla, nombre otorgado por lo frecuente de sus lluvias: Como pintor de trazo elegante y preciso, Rafael Delgado dibujó con maestría el perfil del paisaje mexicano. Aunque en algunos de sus cuentos y novelas, Rafael Delgado revela su admiración por el emperador Maximiliano (a quien llama Príncipe) y su simpatía hacia los conservadores, esta posición ideológica no le resta mérito a sus excelentes dotes de observador crítico de la sociedad en la que vivió.


Delgado fue un solterón empedernido que vivió siempre consagrado a una gran pasión: la literatura. Leyó mucho, escribió buenos libros y, como maestro, durante casi treinta años, difundió el conocimiento del idioma español; su dominio excelente del realismo y del costumbrismo lo igualan con los mejores escritores de España y Francia. Hoy, a más de ochenta años de su muerte, se siguen publicando los poemas, cuentos, novelas y ensayos de quien ha sido llamado “pintor de la provincia”.


Sobre el tema surgen algunos interrogantes. ¿Por qué se escogió la fama de Rafael Delgado para sustituir al viejo nombre de San Juan del Río? Es poco común el uso onomástico de un escritor para llamar a un municipio; los nombres más usuales para ello son los de políticos, héroes o mártires del país, como Camerino Z. Mendoza, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Lerdo de Tejada, Carrillo Puerto, etc., pero no los de escritores o literatos. ¿Habrá en el país algún municipio de nombre Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Torres Bodet, López Velarde, Octavio Paz, Díaz Mirón o Ignacio M. Altamirano? Aunque estos dos últimos fueron destacados políticos y no hubiese sido extraño tomar sus nombres para algún municipio.


¿Será que Rafael Delgado Sáinz, al vivir mucho tiempo en Orizaba, pudo frecuentar en plan de paseo por estas bellas –bellísimas-- tierras de San Juan del Río? Cerros verdosos, abundante vegetación, arroyos y un río con aguas “juguetonas” y transparentes, fauna en todo su esplendor: aves, venados, armadillos, conejos… era realmente una maravilla. Un verdadero paraíso terrenal de aquella época. Estamos hablando de entre los años 1880 a 1890, periodo durante el cual Delgado meditó y preparó La Calandria para escribirla y publicarla finalmente en 1890.


Si nuestro personaje no frecuentaba por estas tierras paradisíacas, al menos sí estuvo en alguna ocasión para inspirarse y lograr una de sus obras más importantes: la Calandria. En los años que vivió Delgado Sáinz aún no se generalizaba el uso de vehículos motorizados. Normalmente en el transporte se utilizaban los carruajes tirados por caballos. Así, viajar de Orizaba a San Juan del Río y luego regresar, en esos tiempos, constituía indiscutiblemente toda una aventura turística.


Existen versiones no escritas de que Rafael Delgado Sáinz, cuando vivía en Orizaba, tuvo la oportunidad de visitar algunas veces al viejo pueblo de San Juan del Río; incluso –indican dichas versiones- nuestro personaje una vez tuvo ligeros problemas con la justicia, lo cual hizo que viniera a radicar un breve periodo en las tierras actuales que lleva su nombre.


En los primeros párrafos del Capítulo XXIII de La Calandria, Delgado Sáinz revela que recorrió importantes rincones del viejo San Juan del Río, Tlilapan y San Andrés Tenejapan, para “pintar” mágicos paisajes e introducirlos en su magistral obra novelesca. Rafael Delgado, así como describe el siguiente panorama, da la impresión de que estuvo observando en lo alto del cerro Tepoztécatl, desde donde podía apreciar los sitios, casas y pueblos, así como el Pico de Orizaba.


“A legua y media de Pluviosilla, rumbo al sur, y entre dos derivaciones de la cordillera, que a modo de contrafuertes se adelantan hacia la llanura, presentan los montes una obra inmensa. Allí empieza una serie de valles fértiles y ricos, que van a terminar en una cañada que a las pocas vueltas se convierte en garganta”.


“Siguiendo el caprichoso curso de un riachuelo, de hondo cauce y silenciosas aguas serpea un camino de color ladrillo, recto aquí, curvo allá, sin alejarse mucho de las laderas, asciende gradualmente, y, al fin, decidido a subir, trepa y trepa por los peñascos hasta perderse en los crestones”.


“En el último de estos valles, a la falda de una vertiente escueta y sembrada de piedras calizas, está situado el pueblo de San Andrés Xochiapan (hoy San Andrés Tenejapan), sobre una loma desde la cual se dominan los plantíos, bosques, dehesas, y el riachuelo, que allí, frente al caserío, sale de las arboledas y, rompiendo por entre los carrizales y la enea, dilata sus linfas cristalinas. A la entrada del valle hay una eminencia desde la cual se goza un magnífico panorama”.


“El sitio es bello: unas cuantas varas de césped y cuatro soberbios álamos de extendida copa. A la sombra de ellos, varias rocas cubiertas de musgo, y, en una, en la mayor, tosca cruz de equimite, ante la cual se descubren respetuosos los caminantes, ornada siempre de flores, amarantos, mirasoles, floripondios y sartas de xúchiles”.


“Aquella altura es un mirador. En el fondo, la garganta con sus peñas gigantescas, su vereda roja, sus desbordamientos de verduras y sus viejos ocotales; a la izquierda, la aldea: el templo ruinoso, la casa del Ayuntamiento con su largo corredor, las chozas humeantes, los huertos floridos y los cafetales umbrosos; a la derecha, la montaña que parece cortada a pico, alta, altísima, estéril, casi desnuda, con algunos grupos de espinosas bromelias y de magueyes montaraces; las unas como manojos de flechas; los otros como si fueran a precipitar en el abismo sus rosetones glaucos; atrás, valles y valles en pintoresca perspectiva, milpas, sotos, rancherías, rastrojos pajizos, sabanas sin término y, a los lejos, verdes, azules, violáceos, los cerros de Pluviosilla y el volcán con su brillante corona de nieve”.


La sustitución onomástica del municipio fue, al parecer, rápida, sin consultar a sus habitantes ni a sus representantes municipales. Hoy día el nombre de un municipio no podrá ser cambiado, sino por acuerdo unánime del Ayuntamiento y con la aprobación del Congreso del Estado. Si en 1932 la decisión de modificar su nombre fuese propuesta por las autoridades municipales, se ignora realmente cómo se hubiese llamado el hoy Rafael Delgado.


Está claro, sin embargo, que la decisión fue totalmente unilateral –por decreto gubernamental--, pero, aún así, la medida no fue errada puesto que al escritor cordobés tenía bien merecido que su nombre fuera grabado con letras de oro para este municipio –nuestro municipio--, en virtud de que lo admiró y le cantó en cierta forma en La Calandria.


[1] Enlace Veracruz 212.com.mx

Jalapilla, Tzoncolco y Omiquila

El municipio de Rafael Delgado está constituido por las congregaciones de Jalapilla, Tzoncolco y Omiquila; por las comunidades de San Miguel, Novillero, Las Sirenas, Boquerón, La cumbre, San Isidro, así como por la cabecera municipal que a la vez se divide en cinco barrios: Primero, Segundo, Tercero, Cuarto y Quinto.


Jalapilla, Tzoncolco y Omiquila


Antes de hablar de las congregaciones es importante dejar aclarado que las sesenta familias que bajaron de Tzoncolco Tlácpac ó San Juan Tzoncolco no llegaron a asentarse en los actuales ejidos “San Juan del Río” y de Jalapilla, sino en el rincón selvático de lo que hoy es la demarcación de la cabecera municipal.


El lugar era muy feo y nadie lo ocupaba ni siquiera para recoger leña, a pesar de que era parte de la enorme propiedad de los hacendados de entonces. Los labriegos empleados de los dueños del ingenio de azúcar leñaban principalmente en los que hoy son ejidos todavía, es decir, en las áreas comprendidas del río Matzinga a las áreas ejidales.


La cabecera municipal de Rafael Delgado es el asiento del núcleo poblacional más numeroso en la actualidad debido a que fue el punto principal donde se ubicaron las sesenta familias que descendieron de Tzoncolco en 1695.

Jalapilla



De las tres congregaciones, Jalapilla es la más importante en la actualidad por el número de habitantes que tiene. Entre esta congregación y la cabecera municipal siempre ha existido un choque cultural por el origen social e histórico que tienen ambas comunidades.

Mientras que los vecinos de la cabecera municipal son nativos y descendientes de la comunidad de San Juan Tzoncolco, --que por ende hablan náhuatl, herencia auténtica de la cultura prehispánica--, Jalapilla es una población conformada por una mezcla de grupos provenientes de distintos sitios, como Tlacotepec, San Marcos, Xochitlán, etc., del estado de Puebla, así como del estado de Michoacán y de otros rincones del país, cuando el ingenio de azúcar gozaba de plena bonanza.

En tanto que en la cabecera municipal y el resto de la población hablan el náhuatl y el español, y practican aún algunas costumbres tradicionales, Jalapilla es monolingüe y sus costumbres son distintas. Conviven en un solo municipio pero son socialmente insolubles, como el agua y el aceite.

Sus diferencias son enormes y con frecuencia se llega al grado de surgir comentarios despectivos entre los vecinos de ambas poblaciones. El rechazo se da de manera bilateral. Mientras que los de Jalapilla les dicen “indios” a los de la cabecera municipal, éstos les dicen a aquellos “cuétlaxtih”, que literalmente significa “hules” o “cueros curtidos”, lo cual traduce a “falsos” o “no auténticos”, es decir, que no son nativos del lugar.

La otra versión de apodarles “cuétlaxtih” posiblemente se deriva de los tiempos precolombinos, porque, según los Anales de Quauhtinchan, Cuetlaxtlan era llave del corredor comercial que bajaba del altiplano por maltrata y Orizaba a las exuberantes costas del Golfo. Si las familias foráneas llegaran de la antigua región de Cuetlaxtlan, como debieron haber supuesto los nativos, obviamente los de Jalapilla podrían ser “cuetlaxtecas”, o “cuétlaxtih”, en náhuatl, por el sitio de su procedencia (Cuetlaxtlan).

Este término también pudo haberse derivado de las costumbres de los campesinos de Jalapilla. Después de dejar de trabajar en la Hacienda algunos jornaleros empezaron a ocuparse por su propia cuenta. Iniciaron un trabajo de ganadería. A falta de espacios suficientes donde pastar los animales, los campesinos crearon establos y salían a conseguir el pasto. En vez de usar huaraches como los nativos del lugar, la gente de Jalapilla utilizaba botas de hule para el trabajo pesado.

Entre los vecinos del Ejido de Jalapilla y los del Casco de Jalapilla también existía cierta división, la cual con el tiempo se ha venido dirimiendo. El rencor surgió desde 1936 cuando la lucha agraria, iniciada desde l924 por los señores Paulino Mendoza, Angel Montero y Manuel González, tuvo el resultado esperado y se repartieron las tierras del potrero entre los solicitantes. Los del Casco de la hacienda, aunque no eran los propietarios, se sintieron ofendidos por la repartición, dado que vivían del empleo que les daba el hacendado.

Históricamente el área geográfica que constituye actualmente la demarcación municipal era territorio de los moradores de San Juan Tzoncolco. Cuando a éstos les ofrecieron recuperar la rinconada de Chiahualpa, ellos reclamaron también el bosque inmediato de lo que hoy en día son los Ejidos San Juan del Río y de Jalapilla. El Conde del Valle rechazó el reclamo y alegó que ese bosque inmediato era lo mejor del potrero de Jalapilla, sitio de donde sacaba leña para aviar el ingenio de azúcar.

El asentamiento de los tzoncolcas en lo que hoy es la cabecera municipal no afectó de modo importante la propiedad del hacendado español, pues todo lo que comprende ahora los campos y ejidos del municipio siguió intacto en manos del Conde del Valle.

Actualmente escuchamos con frecuencia la expresión “la ex hacienda de Jalapilla”. Esto supone que Jalapilla fue una hacienda. La hacienda era un tipo de explotación agrícola que otorgaba bienes económicos y prestigio a sus propietarios.

Se desconoce el origen del nombre de Jalapilla. Existe la anécdota de que había un campesino que laboraba en la hacienda quien tenía una bestia que le decía La Pilla. A la hora de arrearla, exclamaba: ¡Arre! ¡Jala, Pilla!. Pero el término Jalapilla pudo haberse originado también del vocablo náhuatl Xalatl, que se conforma de xalli (arena) y atl (agua), esto es, arena de agua o manantial entre la arena.

Este argumento es más sólido debido a que en estos días aún existen algunos nacimientos de agua en el área que ocupaba el ingenio. La unión de estas aguas forma el volumen del arroyo que se denomina Xalatl o Xalapa. Es posible que por una ocurrencia alguien lo llamó, de modo despectivo o diminutivo, Xalapita, Xalapilla o Jalapilla.

Jalapilla se fundó en 1742 por el Conde José Xavier Diego Hurtado Mendoza y Velasco, quien en 1757 reclamó como suyas las tierras de Jalapilla y Rincón Grande, entre otras.

La hacienda era propiedad de Andrés Suárez de Peredo, quien en 1821 se la vendió a Antonio Manuel Couto. En 1918 la hacienda contaba con tres anexos: 200 hectáreas de San Antonio, 79 hectáreas de San Cristóbal y 162 hectáreas de Rincón Grande, sumando un total de 1,300 hectáreas, propiedad de Luz Bringas.

Bajo el llamado imperio de Maximiliano de Habsburgo, los propietarios invitaron al emperador a visitar la hacienda, donde estuvo algún tiempo. Dedicada a cultivar caña y producir azúcar, la hacienda contaba también con sembradíos de café. Al fraccionarse, surgió la localidad del mismo nombre de más de 6,000 habitantes en la actualidad.

Tenía una casa habitación y una iglesia de arte moderno. En sus labores empleaban más de 50 jornaleros diarios, sin contar con las cuadrillas de los pueblos cuando los trabajos del campo lo exigían. La iglesia era la réplica de una capilla de París, con las imágenes de San José y la Virgen María, traídas también de la capital francesa, según cuentan actualmente los vecinos. El edificio eclesiástico se encontraba rodeado de hermosos y bien cultivados jardines.

La mayoría de los obreros del ingenio tenían sus habitaciones en casas que pertenecían a la hacienda y situadas fuera de su casco; algunos de los trabajadores vivían en los pueblos vecinos de San Juan del Río y Tlilapan. Con el paso del tiempo, la extensa propiedad de los hacendados fue disminuyendo, hasta que finalmente, en 1955, el Ingenio de Jalapilla cerró sus puertas para siempre.



Maximiliano en Jalapilla


En relación con la estancia del malogrado emperador Maximiliano de Habsburgo en Jalapilla, los vecinos de Rafael Delgado, tanto de Jalapilla como de la cabecera municipal, comentan, y muchas veces con cierto orgullo, acerca de esa “estancia”, pero casi ignoran el tiempo que estuvo y por qué estuvo en Jalapilla junto con su esposa Carlota Amalia.


En los campos del Ejido San Juan de Río, de Rafael Delgado, existen dos vestigios arquitectónicos. El primero consistente en ruinas casi pulverizadas de una vieja casa habitación (Tepansoltic, muro viejo en náuatl), y el segundo, en dos enormes pilares de alguna posible “entrada”; Tepansoltic se ubica en la orilla de la Calle de los Álamos y los pilares en un punto denominado Separo. Por el rumbo de Las Sirenas, junto a la vieja presa del sitio, también existen vestigios de albercas que se antojan fueron, en su época, construcciones de lujo.


Los vecinos de la localidad atribuyen a Maximiliano y Carlota dichas construcciones durante el tiempo que vivieron en Jalapilla (Rafael Delgado); sin embargo, los documentos históricos indican que la estancia de dichos personajes fue muy breve: 21 días en el mes de abril de 1865, casi a dos años de que fuera fusilado por los liberales en el Cerro de las Campanas, Querétaro.


¿Pero por qué Maximiliano llegó a vivir esos 21 días en Jalapilla? Un documento del Instituto Nacional de Ecología, mediante el cual Roberto de la Maza Elvira relata “Una historia de las áreas naturales protegidas en México”, señala que Maximiliano, a pesar de su breve estancia, había comprado la hacienda de Jalapilla.

Explica:

Durante su estancia en México, Maximiliano de Habsburgo compró la finca "Jalapilla", colindante con "El Mirador", con el fin de engrandecer sus colecciones de plantas y mariposas; y, además, poder conversar e intercambiar información científica con su vecino Carl Christian Sartorius. En su rancho de El Mirador, en Huatuxco, distrito de Orizaba, Sartorius recogía, entre otras cosas, plantas para el Jardín Botánico de Berlín. Los coloquios de Sartorius, Maximiliano, Karl Von Hedemann, Dominik Billimeck y otros muchos naturalistas más, fueron frecuentes entre 1864 y 1865. Las colecciones científicas de Maximiliano eran guardadas en una Abadía de la isla de La Croma, en el Adriático, que era de su propiedad.

Tzoncolco y Omiquila


Tzoncolco significa “el cabello rizado”, del náhuatl: tzontli (cabello) y coltic (corvo, rizado); el nombre de la comunidad viene siendo como “el lugar de los cabellos rizados”, aunque en esa comunidad realmente no existe gente con ese tipo de cabellos.

Omiquila proviene también de dos términos en náhuatl: Ome (dos) quilla (lugar de los quelites). Es decir, Omiquila significa “dos lugares con abundancia de quelites”.

Para explicar el origen y formación de ambas congregaciones es menester adentraros un poco en el tema del reparto agrario. El objetivo fundamental de la Revolución Mexicana (1910-1917) era la repartición de tierras para los que las trabajaran, es decir, para los campesinos; por eso, posterior a esta lucha armada, en el país y en el Estado surgieron movimientos y organizaciones para enfatizar este reclamo popular.

Sobre este asunto, en el poblado de San Juan del Río ondeo también la bandera del reclamo para la repartición de tierras. En el transcurso del año de 1917, un diputado de nombre Samuel Herrera, en representación de los vecinos de esta población, planteó ante el gobierno del Estado la demanda no de dotación, sino de restitución de tierras a los habitantes de San Juan del Río; es decir, nuestros ancestros locales tenían conocimiento de que había cierta documentación que los acreditaba como poseedores de algunas áreas prediales, pero que en la práctica estaban despojados.

El diputado y los inquietos vecinos, pruebas en mano, demostraron que durante la época colonial, en 1712 y 1727, el Rey Felipe de Castilla les había dictado una Real Provisión Ejecutoria, para dar fin con el litigio que sostenían entre los habitantes de San Juan del Río y los de Tlilapan originado por la posesión de tierras. Mediante esta decisión Real, a los naturales de San Juan del Río les tocó los parajes denominados Omiquila y Tzoncolco.

Los vecinos de Santiago, Tlilapan, sin embargo, no se conformaron con el fallo emitido por el Rey Felipe y siguieron peleando por la tierras de Omiquila; pero en 1736 el litigio finalizó, definiéndose oficialmente que Omiquila pertenecía en forma definitiva a San Juan del Río.

Estas pruebas fueron analizadas y reconocidas en la Comisión Local Agraria del Gobierno del Estado y se dedujo que el reclamo de los nativos de San Juan del Río tenía fundamento, y quedaba claro, también, que tiempo atrás algunos particulares habían enajenado la posesión del patrimonio para su beneficio.

Pero lo alegatos presentados por el diputado Herrera, a nombre de San Juan del Río, no procedieron del todo a favor de sus representados. Los títulos patrimoniales concedidos por el Rey Felipe de Castilla, al parecer, no incluían propiedades de las tierras planas, las que hoy forman parte del Ejido San Juan del Río, que en aquel entonces conformaban la hacienda de Jalapilla, a la sazón propiedad de Luz Bringas.

Por ello la resolución de Venustiano Carranza, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, no fue de carácter resolutivo, sino de dotación. Para beneficiar a los habitantes de San Juan del Río, en 1919, se les dota de 100 hectáreas tomadas de las tierras planas, expropiando parte de las áreas que pertenecían a la familia Bringas, con una justa indemnización por parte del gobierno federal.

La inquietud es estos habitantes no quedó ahí. Los anales históricos del agrarismo registran que desde 1917 estuvieron exigiendo dotación, restitución y ampliación de tierras hasta el año de 1938, logrando con ello desintegrar totalmente la que era hacienda de Jalapilla, propiedad de los Bringas, hasta formar parte de los que actualmente son Ejidos de Jalapilla y San Juan del Río, que está en manos del pueblo de Rafael Delgado.

Para finalizar, es importante señalar que en la actualidad en el municipio de Rafael Delgado existen dos ejidos: el Ejido San Juan del Río, con 405 hectáreas, y el Ejido de Jalapilla, con 272 hectáreas.

El náhuatl, ah, esa palabra


El náhuatl, ah, esa palabra que huele a indio; esa palabra que para muchos simboliza obsolescencia y que debería, consecuentemente, estar borrada ya de los libros y diccionarios. El náhuatl, esa palabra que significa oposición y afrenta a la era actual, caracterizada por una alta tecnología, en la que se logra engrandecer y, a la vez, empequeñecer al mundo de la Humanidad; vida moderna que cierra los ojos ante los múltiples problemas y peligros de una autodestrucción y mira hacia arriba con suspiros de una posible conquista de nuevos sitios en el espacio del Universo. El Náhuatl, esa palabra que evoca la imagen de un campesino de sombrero y huarache; la figura de una mujer descalza y con refajo, con manos ásperas y callosas.

El náhuatl, ah, esa palabra que se nos va de la memoria cuando retornamos de una estancia temporal fuera de nuestro pueblo. Salimos de nuestra pequeña patria en busca de otras oportunidades; permanecemos en la ciudad, dialogamos en español, y, luego, al cabo de un tiempo, regresamos a la tierra que nos vio nacer. Nos saludan y nos hablan en náhuatl nuestros coterráneos; nuestros oídos se vuelven sordos o bien se nos entume la lengua y con dificultad decimos que ya no podemos expresarnos en náhuatl; sentimos una barrera en la garganta, mientras que por un momento quedamos nerviosos y abochornados, como dudando de que si el indio se tragó o no el cuento.


El náhuatl, ah, esa palabra ofensiva que no debería ser conocida por las nuevas generaciones, por el contrario: alejar a los niños de esa lengua étnica e inducirlos a aprender el español y, de ser posible, que conozcan y hablen otros idiomas, como el inglés, francés, italiano… Total mientras más aprendan y enriquezcan sus conocimientos más se podrán alejar de lo indígena y, sobre todo, de ese fastidioso término: náhuatl.


El náhuatl, esa palabra que destruye la fineza social, esa palabra que debe omitirse totalmente de cualquier conversación festiva para no macular la imagen de los interlocutores. Nada de Tonatiuh, Cuauhtémoc, Xoxhitl o Citlali. ¡No, por favor! ¡Qué barbaridad! Eso sería definitivamente un oprobio para el que así se llamase; mejor Jimmy, Nelson, Arlette, Elideeth u otro nombre que suene a extranjero. Tal vez con un nombre como este la gente cercana de nuestro contexto social pueda pensar que somos ingleses, franceses o alemanes. ¿Pero cómo le haremos si no nos ayudan los apellidos y nuestros rasgos físicos? Bueno, eso es lo de menos, lo importante es hacerle fuchi al náhuatl, hacerse el sordo y, a la par, rechazar todo lo que huela a indio: música ranchera, tropical, el folclor pueblerino… Mejor seamos rockeros y admiradores de grupos extranjeros… de perdida nos pongamos a escuchar a grupos de los llamados hoyos fonquis, como el Three, de Alejandro Lora.


El náhuatl, ah, esa palabra, que aparte de evocar a los indios también nos trae a la mente el aspecto de indeseables cerros escarpados, con sus respectivas terracerías sinuosas, montañas inaccesibles donde vaga la ignorancia y la incultura, donde la gente huye ante los extraños, los vecinos hablan cabizbajo y no tienen otra forma de expresarse más que con el náhuatl. ¡Puf, qué desgracia¡


Sin embargo, podríamos hacer mil malabares o incurrir en un acto de suicidio, pero el náhuatl como lengua indígena, sin tomar en cuenta otras costumbres y tradiciones de nuestros antepasados precolombinos, está presente aún en muchos rincones del territorio mexicano. Y sin ir lejos, ni tampoco usar lupas ni hurgar en bibliotecas y archivos, lo nahuatlaco está aquí en nuestro municipio; o más bien, lo nahuatlaco somos nosotros y formamos parte –queramos o no- de esa semiextinta cultura azteca.

El náhuatl, invaluable reliquia cultural



El idioma náhuatl no lo inventamos nosotros ni por los demás pueblos étnicos existentes en el país. El náhuatl, tal como lo conocemos hoy, es una huella lingüística deteriorada de un habla común utilizada posiblemente, en todo su esplendor, por lo aztecas, cuya ciudad-estado la establecieron en 1325 en el que ahora es el Valle de México, hasta la llegada de los españoles y la consecuente caída de su imperio, en 1521.


Pero esta lengua tampoco la inventaron los también llamados nahuas, tenochcas o mexicas; los toltecas y chichimecas la utilizaron mucho tiempo atrás. Los toltecas vivieron 200 años antes de Cristo hasta el año 900 después de Cristo. Fueron invadidos lentamente por lo chichimecas quienes también decayeron entre los años 1100 y 1300 de la era actual. Cuando los aztecas llegaron al Valle de Anáhuac, en 1168, estos curiosamente también eran de idioma náhuatl. Como puede colegirse, esta lengua tuvo su inicio 200 años antes de la era cristiana, hablada principalmente por el pueblo tolteca.


¿Pero cómo es que conocemos el náhuatl aquí en nuestro municipio si el llamado imperio azteca tuvo como asiento principal lo que es ahora la ciudad de México? La respuesta nos la da Víctor W. Von Hagen al decir que el náhuatl “se convirtió en lengua franca de México y América Central, merced a la conquista por los aztecas y la penetración de sus mercaderes y su comercio. Y cuando después fue reducida a la ortografía española, una extensión más de ella fue hecha por la Iglesia que la utilizó y tradujo a ella el catecismo cristiano y otros manuales religiosos, extendiendo así en el área en que se hablaba”.[1] De esta suerte, el náhuatl llegó a este lugar, a casi todo el país y a muchos pueblos de Centroamérica.


Cuando arribaron a estas exóticas regiones, entrando por lo que actualmente es Veracruz Puerto, los españoles vieron que había una gran diversidad de pueblos, con distintas formas de hablar: maya, zapoteca, mixteca, totonaca, huasteca, náhuatl, etc. Según el doctor Francisco Larroyo, el náhuatl pertenece a una de las ocho familias del tronco utoazteco, y que “antes de la llegada de Cortés a estas tierras existían alrededor de 125 lenguas indígenas, de las cuales han desaparecido 35, aproximadamente”.[2] Estudios recientes señalan que en el país todavía existen cerca de 56 grupos étnicos, con sus respectivas lenguas autóctonas.


El Consejo Nacional de Población (CONAPO) hace poco publicó un estudio denominado Clasificación de localidades indígenas de México, según grado de presencia indígena 2000, por medio del cual establece que el náhuatl es la lengua predominante en México, en 4,916 localidades indígenas, en donde habita alrededor de un millón 700 mil personas indígenas. Con excepción de Yucatán, las comunidades hablantes de náhuatl se encuentran distribuidas en todas las entidades federativas del país, entre las que destacan Veracruz (29.5%), Puebla (21.7%), Hidalgo (10.4%), San Luis Potosí (10%) y Guerrero (9.6%). En esas cinco entidades se concentra más del 80 por ciento de las localidades nahuas del país.[3] Además, hay libros y grabaciones musicales en náhuatl y algunos de los eruditos más notables de México lo hablan.


Es obvio que en la actualidad, además del idioma de los aztecas, a lo largo y ancho del territorio nacional se conocen otras hablas aborígenes, tales como la otomiana, totonaca, mazahua, mazateca, tzeltal, tzotzil, chol, tarasca, chinanteca, entre otras. Hoy en día se calcula que existen en el país más de 3 millones de personas que conocen y se expresan en alguna de estas lenguas.


Una de las misiones terminantes y estratégicas de los españoles, a la llegada de las nuevas tierras descubiertas, era imponer y propagar su cultura: idioma y religión, esencialmente. Para ello, después de someter a la gran Tenochtitlan en 1521, se dedicaron a destruir y borrar todo vestigio cultural de los pueblos autóctonos. La destrucción de importantes documentos, códices, e incluso de vidas humanas a causa de la irracional esclavitud, contribuyó enormemente a socavar la vigencia de los idiomas existentes.


A partir de la caída del imperio azteca se inició una nueva época: la de la colonia. No obstante, a pesar de que se trajo el idioma español éste de pronto se vio enriquecido por todo un caudal de voces tomadas de las lenguas indígenas, pero principalmente del náhuatl. ¿Quién no conoce, por ejemplo, los vocablos guajolote, cacahuate, chiquihuite, escuintle, zacate, ahuehuete, aguacate, molcajete, tomate, etc., que los usamos actualmente en el manejo del idioma español?


A pesar de la barbarie cometida en detrimento de las culturas autóctonas, en nuestro país aún se conocen y se utilizan muchas formas indígenas de expresión que posiblemente, antes de la llegada de los españole, tuvieron el privilegio de ser auténticos idiomas, esto es, lenguas que caracterizaban a determinados pueblos que se erigían en naciones.


En algunos países del mundo hay gente que –por desinformación- todavía tiene la falsa concepción de que en México ya no existen los grupos étnicos, mucho menos el de los aztecas o mexicas, del cual se cree que fue conculcado en su totalidad por los españoles, hace cerca de 500 años.


Sin embargo, Víctor Hernández de Jesús, originario y vecino de este municipio, cuando tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra y fue presentado por sus amistades a otras personas, éstas se sorprendieron y a la vez se maravillaron al enterarse que ante sus ojos tenían -¡oh, surprise!- a un legendario azteca. El visitante se identificó como perteneciente al grupo de los mexicas con su conocimiento de la lengua náhuatl. Los sorprendidos creyeron, en consecuencia, que en México aún existen los grupos étnicos.


La idea de muchos extranjeros acerca de la ya no existencia de estos grupos en nuestro país ha sido por la proyección de una imagen distinta que de México han hechos algunos medios de comunicación, principalmente la televisión. Pero es muy factible que a partir de 1994 muchos ámbitos y sectores del extranjero conocieron una parte de la otra cara del país, merced a los conflictos suscitados en el Estado de Chiapas, conocidos como la rebelión de Macos.


El náhuatl es una invaluable reliquia cultural equiparable a los grandes valores históricos que hoy día se conservan tanto en museos como en algunas áreas arqueológicas, como la famosa Pirámide del Sol, la sorprendente piedra del Sol o Calendario Azteca, las Pirámides mayas de Palenque, la del Tajín, la colosal Cabeza Olmeca de la Venta, etc.


Si nosotros como pueblo tuviéramos la oportunidad de poseer en el municipio algunas de estas reliquias culturales de nuestros antepasados, es muy posible que nos hubiésemos sentido orgullosos, satisfechos y halagados por la visita frecuente de turistas, por poseer un importante vestigio del pasado, así como por la propuesta de uno que otro despistado de querernos comprar el legado patrimonial. Pero lamentable o afortunadamente lo que poseemos no es nada corpóreo o material; nuestro tesoro histórico está presente en forma fonética o de sonido: es una lengua.


Quizás se deba a esta fatal razón que no sabemos apreciar cabalmente el náhuatl, idioma que lo hablamos en forma normal en nuestro pueblo pero que estando ya afuera –en alguna otra ciudad- nos asalta la vergüenza y muchas veces nos negamos a utilizarlo. Para valorarlo justamente es preciso recordar siempre su valor y significado históricos.



[1] Víctor W. Von Hagen, Los Aztecas, Hombre y Tribu, Edit. Diana, México, D.F., 1986, P. 56.[2] Dr. Francisco Larroyo, Historia Comparada de la Educación en México, Edit. Porrúa, México, D.F., 1980, P. 54.[3] Secretaría de Gobernación-Conapo, Comunicado de Prensa 04/06, México, D.F., 21 de febrero de 2006, Día Internacional de la Lengua Materna.

El náhuatl, flexible y armonioso


Para mantener viva esta lengua, aparte de darle su relevancia histórica, es de elemental importancia también hablarla; enseñársela a nuestros hijos y explicarles su trascendencia. Aceptarla como nuestra nada nos quita, no nos empobrece en forma económica ni nos retrocede intelectualmente. Es verdad que el mundo está en constantes cambios y existen fenómenos que surgen y desaparecen, como las modas; pero una lengua es la raíz de un pueblo, es la huella de un pasado y es –en el caso del náhuatl- la identidad de un presente: nosotros.


Hablar o escribir en náhuatl no atenta contra los proyectos de avance intelectual ni social, por el contrario, fomenta y enaltece la cultura; hablar o escribir en náhuatl no implica necesariamente vestirse de manta, huaraches y sombrero. Es importante desligar el náhuatl de la miseria que padecen muchos grupos étnicos; los factores que determinan estas condiciones son otros y no precisamente la lengua indígena. Si llegáramos a un nivel suficiente de cultura ello sería el borrador de muchos prejuicios; nuestras ideas, por tanto, acerca del náhuatl serían distintas. Existen evidencias de que mientras es más bajo el nivel cultural en una persona, mayor es el rechazo que se le tiene a esta lengua; a algunos hasta les parece ridículo utilizar una lengua indígena. La tablita de salvación de esta herencia azteca es el estudio serio y la preparación constante.


La manera de cómo asimilamos primero y luego catalogamos el habla indígena nos afecta y nos causa traumas. Veamos brevemente cómo se da este problema. Un infante nace en el seno de una determinada familia y desde el principio se ambienta en este medio lingüístico; más tarde, posiblemente en el grado de preescolar, el niño conoce el castellano. A partir de allí va entendiendo que esta nueva lengua es la que se usa en las ciudades y en el país; es, pues, la lengua nacional o el idioma oficial de México. El náhuatl queda relegado, sin importancia, es el dialecto de los indios… El tácito mensaje viene siendo: utilízalo sólo en casa o en el pueblo.


Desde que nace, el pequeño encuentra gran importancia en el lenguaje de la familia, pero luego le sobreviene una especia de desilusión, con un trauma consecuente. Y este choque emocional puede sufrir, incluso, el menor cuyos padres le hablan en castellano desde que nace, pero que, por el medio en que se desenvuelve, de modo involuntario aprende y entiende bien el habla de los mexicas. Aquí lo que el niño debe comprender, con el apoyo de alguien, es que el náhuatl también tiene su importancia y puede usarse libremente lo mismo en su pueblo que en China o en Japón. Esto puede amortiguar el golpe traumático y evitar que el futuro ciudadano arrastre sus cadenas de inferioridad por el solo hecho de conocer una lengua que no es la oficial.


Hablar un idioma heredado por nuestros antepasados debe ser motivo de orgullo. En Paraguay, por ejemplo, la población se expresa en dos lenguas nacionales: español y güaraní. En la India, el hindi es el idioma oficial, pero se hablan 16 idiomas regionales y 844 lenguas y dialectos subregionales, sin que los hablantes muestren signos de inferioridad a la hora de expresarse en cualquiera de estas formas lingüísticas.


Hablar o escribir en náhuatl no indica de ninguna manera rechazar la cultura europea establecida, como el español y la religión católica. El castellano es el idioma oficial del país y sería absurdo que se pretendiera borrarlo o desecharlo de nuestra estructura social; es más, sería empresa imposible. Desde este punto de vista, nadie absolutamente está obligado a cultivar el náhuatl, es cuestión de cultura y de conciencia histórica de cada uno. Pero sería maravilloso que esta propuesta floreciera y que todos estuviéramos de acuerdo en preservar la lengua indígena.


Imaginemos platicando en náhuatl en la oficina, en el automóvil, en las fuentes de trabajo, en el avión, en la empresa, y, por qué no, en alguna nave espacial que realiza un viaje intersideral; sería bonito hablar en náhuatl aun siendo grandes y destacados profesionales, como abogados, médicos, arquitectos, etc.

Crónica de un movimiento popular





Los nahuales y el doble nombre (leyenda)


Antes de presentar unos relatos que caen dentro del terreno de las leyendas, es necesario que primero definamos brevemente qué se entiende por leyenda. Los diccionarios definen como la “narración de acontecimientos fantásticos, que se consideran como parte de la historia de una colectividad o lugar”.


Se dice que estamos ante una leyenda cuando un texto o una lectura nos llevan a relatos fascinantes que nos introducen en el mundo de la fantasía y se combinan con aspectos de la realidad de un pueblo.

¿Pero cómo nace una leyenda? Ésta nace cuando un pueblo no alcanza a explicar científicamente la realidad de un hecho, de un personaje o de un objeto. Por tanto, las leyendas relatan sucesos que poco tienen de históricos o verdaderos y mucho tienen de tradicionales y maravillosos, basadas principalmente en la imaginación y la fantasía.

Así, a lo largo de la existencia del pensamiento colectivo de Chiahualpa, San Juan del Río o Rafael Delgado, se han venido gestando algunas leyendas emanadas del pensamiento socio-cultural del pueblo. Las siguientes son algunas de ellas que las rescatamos por primera vez en forma escrita.

Los nahuales y el doble nombre


Nahual, explican los diccionarios, significa “brujo o hechicero que cambia de forma por encantamiento, según entre los indígenas de origen azteca”; pero también denota animal que una persona tiene como alma y cuerpo gemelos, pero que viven físicamente separados.


Por ejemplo, Juan X lleva aparentemente una vida normal, posiblemente con hijos y una esposa; pero ellos ignoran – o probablemente enterados— que cerca o lejos físicamente de donde vive Juan con su familia existe otro ser en forma de animal (serpiente, conejo, pájaro, tejón, etc.) que vive de modo paralelo con Juan X.


Tener por nahual a un animal seguramente no era agradable. ¿Pero que se le hubiera hecho si la naturaleza así hubiese decidido en una persona? El problema, sin embargo, se presentaba cuando por medio de actos rituales y mágicos alguna persona provocaba esa desgracia. Era ésta la preocupación de los nativos de Chiahualpa o San Juan del Río.


En los viejos pueblos de costumbres nahuas, como el de San Juan del Río, a una persona que se llamara públicamente con su verdadero nombre estaría en inminente peligro --cuando menos en toda su infancia-- de dañarlo gravemente, aniquilarlo o, en última instancia, convertirlo en un indeseable animal; es decir, crearle otra vida paralela pero en forma animal.


Con el propósito de evitar que las maldiciones diabólicas, provocadas por la actividad hechicera, llegaran a transmutar la vida normal de una persona era necesario aplicar el recurso del doble nombre del individuo.


Por ejemplo, si al recién nacido se le bautizó y se le reconoció con el nombre de Juan X - X, esta designación familiar se reservaría solamente en algún documento y en el juicio de los padres del infante y familiares cercanos, pero nunca debería circular entre el pueblo. Juan sería reconocido públicamente con otro nombre; es decir, con un sobrenombre o apodo.


La razón principal de aplicar el doble nombre era para proteger al niño de los “trabajos” diabólicos de la brujería, motivados por las envidias y venganzas que se tenían en contra de los padres del pequeño. Por eso, en la actualidad, en el pueblo aún es común encontrar a personas con doble nombre, no tanto para protegerse de intenciones malignas sino ya se ha tomado como una costumbre.