Las crónicas de la Revolución Mexicana jamás mencionan al pueblo de San Juan del Río, por su pequeñez e insignificancia, pero San Juan del Río sí puede decir algo de la Revolución Mexicana.
Los efectos de la Revolución de 1910 que tuvieron lugar en este municipio son los siguientes. Políticamente, el pueblo debía mantener una posición neutral: la persona que tomaba partido arriesgaba su vida. En esos días, época en que no había radio ni televisión, la gente ignoraba la realidad que estaba ocurriendo. El concepto que tenía de la Revolución sólo era el de una lucha que pretendía acabar con un mal gobierno (el porfirismo); pero por el caos y confusión formados en medio de las batallas frecuentes que se libraban en el país, nadie sabía cuáles eran los maderistas y cuáles los porfiristas.
Era normal que hasta este pueblo llegaran grupos de batalla montados a caballo, armados hasta los dientes. La supresión de las garantías individuales a causa del conflicto revolucionario permitía que los soldados hicieran lo que les viniera en gana: irrumpir en las humildes viviendas, violar a las mujeres, raptar, e inclusive, matar. Los revolucionarios se introducían en las casas con el pretexto de conseguir comida. Antes de preguntar si había alimentos, o después de haber comido algo, amagaban a los moradores con el arma en ristre y a la vez les preguntaban a favor de quién estaban: “con don Porfirio o con Madero”. Con el tiempo la gente fue encontrando la forma inteligente de responder: “no estamos en contra ni a favor de nadie”.
De este modo nuestros antepasados salvaban el pellejo porque si respondían que simpatizaban con el movimiento maderista acto seguido eran fusilados si resultaba que los interrogadores eran porfiristas, y viceversa. Pero para descubrir esta forma sencilla de salvar sus vidas hubo indudablemente un gran número de fusilados.
La gente no moría solamente por las balas, también caía lentamente cegada por la terrible y silenciosa hambruna. Desde el inicio de la Revolución el curso de la vida normal fue paralizando: prácticamente ya nadie trabajaba. ¿Resultados? Escasez de alimentos.
Los nativos dejaron de sembrar en los campos; en forma clandestina acudían a sembrar en las laderas de los cerros, entre los árboles. Si las siembras eran descubiertas por los soldados o por los revolucionarios, estos soltaban sus hambrientos caballos para que devorasen las frescas milpas. Si la pequeña y clandestina cosecha alcanzaba la suerte de salvarse se recogía inmediatamente para luego enterrarla en las mismas laderas de las montañas. De vez en cuando se debía ir por las mazorcas para bajarlas con cautela. En la casa las convertían en nixtamal y lo molían mezclándolo con salvadillo y raíces de los platanares. De aquí se digerían las no agradables tortillas.
Esta desagradable pesadilla la padecieron nuestros cercanos antepasados por más de seis años. Mañana, tarde y noche, siempre hubo un vigía en la cúspide de la torre de la iglesia, utilizada como atalaya, con la mirada fija y constante hacia la entrada principal del pueblo. Apenas avistaba la presencia de algunos intrusos, el guardia comenzaba a tañer las enormes campanas: era el momento de esconderse y esconder los tlaxcales… de salvadillo.
Y no solamente se ocultaban las personas de las tropas y grupos revolucionarios, también podían ocultar… sus casas. ¿De qué forma? La gente de por sí tenía por costumbre construir sus casas hasta el fondo de los solares y dejaba un caminito entre los enormes árboles para entrar y salir de su hogar. Cuando percibían la llegada o el acercamiento de los enemigos, los moradores de manera oportuna removían mediante escobillas las hojarascas del caminito para borrar toda huella de existencia de viviendas. De este modo, tanto soldados porfiristas como grupos maderistas pasaban derecho sin imaginar que en el fondo de los solares había algunas casas y gente escondida.
A veces los elementos del ejército de Porfirio Díaz llegaban de buenas y traían alimentos, como leche, frijoles, maíz, azúcar, etc., pero sólo para ayudar a las madres que estuvieran amamantando. En un tiempo de parálisis económica y de escasez de alimentos, teniendo como principal enemigo el hambre, cualquier ser humano podría maquinar diabólicamente cualquier idea con tal de obtener los tan anhelados alimentos, por lo que hubo mujeres que quisieron burlar el objetivo primordial de los soldados.
Así, algunas mujeres jóvenes se acercaban a solicitar la leche o cualquier otro alimento, llevando algún infante en brazo; pero los visitantes experimentados intuían que las damas no decían la verdad. Entonces las obligaban a descubrirse los pechos y demostrar que eran aptas de dar de amamantar realmente; pero el bebé que presentaban no era suyo sino prestado de alguna vecina. Como castigo, los soldados procedían a castigar severamente a las hambrientas mujeres, cercenándoles un pecho por la pretensión insana.
En San Juan del Río, sin embargo, no faltaron los valientes. Los soldados se llevaron a la fuerza tanto a hombres como a mujeres a la refriega; mientras que otros se unieron voluntariamente a la causa maderista y también se lanzaron a la aventura de las batallas.
Hubo gente del pueblo que se apostaban valientemente en las laderas de la cañada que conduce al pueblo de Tonalixco para emboscar a las tropas más crueles para vengarse de sus atrocidades. Muchas veces tuvieron suerte de matar estratégicamente a los intrusos y lograron exhibir las cabezas de las víctimas en lo más alto de las picotas en las orillas del camino viejo a Tonalixco.