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ESTA ES LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "Rafael Delgado, Realidad y Mito de un Pueblo", de la autoría de Pedro Enríquez Hdez.

UBICACIÓN DEL MUNICIPIO DE RAFAEL DELGADO, VER.

El municipio de Rafael Delgado, Veracruz, México, se encuentra ubicado en la zona centro del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, en las coordenadas 18° 49” latitud norte y 97° 04” longitud oeste, a una altura de 1,160 metros sobre el nivel del mar.

Limita al norte con Orizaba; al este con Ixtaczoquitlán; al sur con San Andrés Tenejapan, Tlilapan y Nogales; al oeste con Río Blanco. Tiene una superficie de 39.48 Km2, cifra que representa un 0.05% total de la entidad veracruzana. (Enciclopedia Municipal Veracruzana, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría Técnica, edición 1998)

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viernes, 6 de febrero de 2009

Tepostekatl (leyenda)



En la parte sur de la cabecera municipal se eleva en forma majestuosa un cerro llamado Tepostecatl. Desde el centro del poblado el coloso se aprecia de un color azul oscuro por la exuberante arboleda que cubre la superficie montañosa. Nunca nadie ha medido su altura, pero Tepostecatl es de regular elevación.


¿Cuándo cambió el nombre de este cerro? Al momento de producirse la llegada de las sesenta familias provenientes de San Juan Tzoncolco para establecerse en tierras chiahualpenses, en 1695, el hoy Tepostecatl se llamaba Teposchicoya, que, literalmente, significaba fierro retorcido. Con el correr de los tiempos, y en algún momento de la historia de nuestro pueblo, el nombre del cerro cambió. Hoy en día es conocido como Tepostecatl. Literalmente el término significa hierro bruñido (tepostli-fierro y tescatl-espejo).


¿Espejo por su misteriosa laguna? Sí. Algunos habitantes de este pueblo conocen la leyenda de que Tepostécatl tenía en la cúspide una misteriosa laguna, sin lecho ni fondo. El agua era azul oscuro en cuya superficie sólo los patos silvestres nadaban con aires de diversión.


Dicen que una vez un campesino subió al cerro a leñar con su pequeña hija de cinco años. Le dijo que se sentara bajo un ocote mientras él recogía los pedazos de leña seca. El leñador no tardó casi nada pero al regresar a donde estaba su hija ella ya no estaba. Se volvió casi loco y comenzó a recorrer gran parte del área por donde la niña había quedado sentada. La buscó y volvió a buscarla, pero nunca la encontró. Al día siguiente regresó al lugar para seguir buscándola, pero cuando llegó a la orilla de la laguna vio con sorpresa a la niña en el agua sentada sobre una especie de balsa, rodeada por una gran cantidad de aves lacustres.


El leñador le gritó desesperado para que la niña volviera a la orilla de las aguas misteriosas, pero ella siguió sobre la balsa muy distraída como si no se diera cuenta que su padre la llamaba. No encontrando otra forma de rescatarla, el padre de la pequeña se arrojó a la laguna sin medir consecuencias. Empezó a nadar sobre la superficie acuosa, pero el desesperado campesino poco a poco fue hundiéndose antes de llegar a la balsa de su hija.


Los familiares del leñador, al enterarse de tan lamentable suceso, se acercaron al viejo más sabio y religioso de la localidad para solicitarle ayuda. Éste les pidió calma y les dijo que él solo se encargaría de rescatar a la niña si es que seguía viva en la laguna misteriosa de la alta montaña, pero que lo haría en el transcurso de una noche de luna llena.


Llegado el momento, el sacerdote del pueblo y un familiar de la niña escalaron el hoy Tepostecatl al inicio de la noche de luna llena. Al llegar al sitio indicado, ambos vieron cómo la enorme luna redonda se reflejaba con mayor fuerza sobre las aguas oscuras de la laguna. Al mismo tiempo, a lo lejos, divisaron a la pequeña, inmóvil, sentada sobre la balsa. El sabio del pueblo, con sus manos extendidas hacia las aguas, comenzó a orar para que la niña se acercara a la orilla.


Justo a las doce de la noche, la balsa comenzó a moverse lentamente con dirección a donde estaban el viejo sacerdote y el familiar de la niña embrujada. Las oraciones en voz alta continuaron hasta que la balsa y la pequeña llegaron a pocos metros de la orilla de la laguna. El sacerdote, conociendo el gran peligro de tocar las aguas, hizo todo el esfuerzo para que la niña llegara hasta tierra firme. La balsa se movió y por fin toco tierra. El sacerdote, sin dejar de orar, quiso tomar a la infante por un brazo para rescatarla, pero al tocarla el sacerdote se dio cuenta que la infante ya no era de carne y hueso sino de fierro compacto y frio: era una estatua. Al momento de tocarla tanto la niña como la balsa se hundieron por su enorme peso.


Desde entonces, dicen algunos del pueblo, el cerro se llama Tepostli. Del chicoya o tezcatl fueron variantes posteriores.


Por el hecho narrado acerca de este cerro, Tepostecatl había inspirado gran respeto a los naturales de Chuahualpa y de San Juan del Río. Y más aún, cuando los nativos del poblado también sabían que este cerro era como un cascarón de huevo en cuyo interior se almacenaba una enorme cantidad de agua. Por ello, los vecinos tenían gran temor de que ese “cascarón” en algún momento se reventara y que el agua produjera una dilúvica tragedia en el pueblo y en el mundo.

Los nativos aseguraban que en tiempo de lluvias Tepostecatl producía un pronunciado zumbido en el interior del cerro, lo cual afirmaba la hipótesis de que el coloso estaba lleno de agua.


Pero no sólo los vecinos del poblado encontraban misterio y respeto en el Tepostecatl, los Itscuaunme también consideraron que era un lugar sagrado e idóneo para realizar un agregado misterioso más: ahí enterraron una campana, que la trajeron como pieza extra de parajes desconocidos.


Ese es Tepostecatl. Un cerro retorcido. Un cerro que tenía una laguna por espejo. Un gigantesco cascarón con agua. Una amenaza para un diluvio. Una guarida de seres desconocidos para esconder una misteriosa campana. Tepostecatl, cerro de misterios y de respeto.