En las personas mayores de hoy sólo quedan los recuerdos de la pedida de mano del ayer. Este requisito, antes de casarse, no solamente se practicaba en este pueblo, sino es una tradición que se hacía y se hace todavía en la actualidad en algunos lugares del país y del mundo. Ah, claro, pero la forma que se practicaba en este pueblo era distinta, pero a final de cuentas, el objetivo era el mismo: formalizar socialmente la relación de los novios, adquirir el compromiso de casarse y fijar la fecha de la boda.
Lo chistoso de este pueblo radicaba en que, sin siquiera haber tenido relación de noviazgo con la muchacha y cuando llegaba al deseo de casarse, el joven tenía que comunicárselo a sus padres. El hijo tenía que decir a quién deseaba pedir, cómo se llamaba la muchacha, quiénes eran sus padres y dónde vivía, sin necesidad de haberle hablado nunca y posiblemente la chava ni siquiera conocía al inquieto mancebo.
Los padres por lo regular le sugerían al muchacho que de preferencia se fijara en una joven muy seria y respetuosa, y que descartara a las hembras con aires de coquetería. A los padres les gustaba que su hijo se llegara a casar con una mujer que supiera taparse la boca con el rebozo cuando se sorprendiera de algo, que supiera estar encerrada en casa, que hablara con voz tenue, como la de un gatito manso y que se agachara cuando se le regañara. También tendría que ser una mujer de la “misma” condición social del muchacho para que éste, sus padres y la casamentera no fueran humillados a la hora de efectuarse la pedida.
La casamentera era la persona, hombre o mujer, que se encargaba de ir hablando en nombre del joven a la hora de pedir la mano de la futura novia. Debía ser una persona mayor de edad, con experiencia de la vida y de buena reputación ante los ojos de la sociedad. En náhuatl le decían Sivahtlanki, que significa pedidor de mujer.
La casamentera tenía que ser hábil, dulce en sus palabras y principalmente terca en su objetivo, pensando en el deseo ferviente del joven de querer alcanzar la meta de cortar la bella y preciosa flor de primavera. A veces la tarea era sencilla, cuando la muchacha, al ver al apuesto galán, encontraba inmediatamente la química en él. Los padres y la casamentera no tenían necesidad de regresar muchas veces a la casa de la joven. Pero no siempre corrían con la misma suerte.
Los padres del posible novio y la casamentera, a pesar de que todavía ignoraban la primera reacción de los padres de la joven, muchas veces ya llevaban grandes cantidades de manjares en enormes canastos llamados chikihuites con el fin de ablandarles el corazón de los padres. Pero si la petición fuera un éxito, los padres del muchacho y la casamentera en seguida preparaban el llamado panchikivitl, que no era otra cosa más que el conjunto de canastos enormes en que se depositaban pan, plátanos, cajas de chocolate, azúcar y botellas de vino y de licores, los cuales se entregaban a los padres de la joven. A la futura novia también se le entregaba una canasta especial que contenía una jícara con un par de aretes, un collar, un peine, un listón y un rosario llamado prenda, que más tarde se colocaría a los novios.
Ah, aquellos recuerdos de los padres y abuelos. Recuerdos bellos y recuerdos desagradables. Algunas anécdotas de estas historias cuentan que una vez un joven de escasos recursos aspiraba a pedir la mano de una moza de regular posición social. Llegó la casamentera a la casa de la chica y la madre de ésta, una vez enterada de qué mozalbete se trataba, espetó sin educación:
--Chamaco muerto de hambre, ¿qué piensa darle a mi hija? A Malintsin no le falta nada aquí en la casa. Miren, vean en su alrededor: cuánto pan amontonado, manteca derritiéndose y carne en limón pudriéndose arriba del fogón.
Otra ofensa similar es la que sigue:
--Chamaco muerto de hambre, ¿tú te atreves a pedir la mano de mi hija? Primero tendrás que decirme cuántas matas de chinenes, de aguacates, de duraznos y de guayabas tienes en el patio de tu casa. Si no tienes nada de esto, largo de aquí; Malintsin no se casará con un miserable.
Pero si la petición resultaba un éxito, el ambiente se tornaba muy distinto. Los padres de la joven aceptaban con gusto el panchikivitl (sesto de ofrendas), tomaban mucha cerveza y fijaban ya la fecha de la boda. Ésta se hacía en grande: mataban cien guajolotes, compraban mucha cerveza y no faltaba la banda para la tradicional danza del Xochipitzauak.