Antes de presentar unos relatos que caen dentro del terreno de las leyendas, es necesario que primero definamos brevemente qué se entiende por leyenda. Los diccionarios definen como la “narración de acontecimientos fantásticos, que se consideran como parte de la historia de una colectividad o lugar”.
Se dice que estamos ante una leyenda cuando un texto o una lectura nos llevan a relatos fascinantes que nos introducen en el mundo de la fantasía y se combinan con aspectos de la realidad de un pueblo.
¿Pero cómo nace una leyenda? Ésta nace cuando un pueblo no alcanza a explicar científicamente la realidad de un hecho, de un personaje o de un objeto. Por tanto, las leyendas relatan sucesos que poco tienen de históricos o verdaderos y mucho tienen de tradicionales y maravillosos, basadas principalmente en la imaginación y la fantasía.
Así, a lo largo de la existencia del pensamiento colectivo de Chiahualpa, San Juan del Río o Rafael Delgado, se han venido gestando algunas leyendas emanadas del pensamiento socio-cultural del pueblo. Las siguientes son algunas de ellas que las rescatamos por primera vez en forma escrita.
Los nahuales y el doble nombre
Nahual, explican los diccionarios, significa “brujo o hechicero que cambia de forma por encantamiento, según entre los indígenas de origen azteca”; pero también denota animal que una persona tiene como alma y cuerpo gemelos, pero que viven físicamente separados.
Por ejemplo, Juan X lleva aparentemente una vida normal, posiblemente con hijos y una esposa; pero ellos ignoran – o probablemente enterados— que cerca o lejos físicamente de donde vive Juan con su familia existe otro ser en forma de animal (serpiente, conejo, pájaro, tejón, etc.) que vive de modo paralelo con Juan X.
Tener por nahual a un animal seguramente no era agradable. ¿Pero que se le hubiera hecho si la naturaleza así hubiese decidido en una persona? El problema, sin embargo, se presentaba cuando por medio de actos rituales y mágicos alguna persona provocaba esa desgracia. Era ésta la preocupación de los nativos de Chiahualpa o San Juan del Río.
En los viejos pueblos de costumbres nahuas, como el de San Juan del Río, a una persona que se llamara públicamente con su verdadero nombre estaría en inminente peligro --cuando menos en toda su infancia-- de dañarlo gravemente, aniquilarlo o, en última instancia, convertirlo en un indeseable animal; es decir, crearle otra vida paralela pero en forma animal.
Con el propósito de evitar que las maldiciones diabólicas, provocadas por la actividad hechicera, llegaran a transmutar la vida normal de una persona era necesario aplicar el recurso del doble nombre del individuo.
Por ejemplo, si al recién nacido se le bautizó y se le reconoció con el nombre de Juan X - X, esta designación familiar se reservaría solamente en algún documento y en el juicio de los padres del infante y familiares cercanos, pero nunca debería circular entre el pueblo. Juan sería reconocido públicamente con otro nombre; es decir, con un sobrenombre o apodo.
La razón principal de aplicar el doble nombre era para proteger al niño de los “trabajos” diabólicos de la brujería, motivados por las envidias y venganzas que se tenían en contra de los padres del pequeño. Por eso, en la actualidad, en el pueblo aún es común encontrar a personas con doble nombre, no tanto para protegerse de intenciones malignas sino ya se ha tomado como una costumbre.