La mudanza del pueblo de Tzoncolco a Chiahualpa no fue más que el retorno de los auténticos dueños a su tierra. La llegada de los españoles al continente americano, principalmente a México, el sometimiento a la esclavitud, al maltrato y al exterminio de los naturales, provocaron indiscutiblemente la estampida de muchos grupos humanos, refugiándose en zonas hostiles, como son las montañas y sierras del país. Prefirieron abandonar sus tierras planas y abiertas que morir o ser esclavizados en manos de los europeos.
El apoyo que tuvieron los pobladores de Tzoncolco para ser trasladados a las tierras bajas no se debió realmente a la generosidad del clero ni de las autoridades del virreinato. La protección provino de nuevas leyes y mandatos legislados por la Corona española a consecuencia de la enérgica protesta de algunos defensores de los naturales, como los frailes Bartolomé de las Casas y Juan de Zumárraga, entre otros, quienes no vieron con buenos ojos el maltrato del cual eran víctimas los aborígenes a pesar de que se resistían a aceptar la religión cristiana.
Al efecto, los españoles abolieron las famosas encomiendas, las cuales conformaban una institución colonial en América, que tenía por objeto el repartimiento de indios entre los conquistadores. El indio debía trabajar o pagar un tributo a su dueño llamado encomendero, que tenía la obligación de enseñarle la doctrina católica, instruirle y protegerle.
Más tarde, sin embargo, los cambios legislativos de la Reina Isabel buscaron la forma de proteger a los aborígenes. Así, se ordenó el espacio de los pueblos a semejanza de su tradición prehispánica, que contaron con sus autoridades, parroquias, fiestas y tierras comunales para pastar, cortar leña, etc. Estas medidas fueron las que salvaron, en cierto modo, a muchas comunidades, entre ellas, la de Tzoncolco.
Un testimonio de 1697 señala que el asentamiento de Tzoncolco tiene éxito en la recuperación de su antigua territorialidad. El patrón de poblamiento prehispánico, por razones de seguridad, hace predominante la radicación de los altepec (lugares o comunidades) en la cumbre de los altos cerros, en tanto permanecen deshabitados los llamados abiertos al ataque enemigo, aunque el argumento quedó invalidado cuando la técnica militar --el uso de armas de fuego-- superó los obstáculos derivados de la orografía fragosa.
Los tzoncolcas, estando tan seguros de la recuperación de sus tierras, al ser trasladados a Chiahualpa, solicitaron que se les ubicara dentro de los límites de su territorialidad usurpada por el Conde del Valle, quien, incluso, poseía también la “planada” de Jalapilla. Los pocos que se quedaron en Tzoncolco Tlacpac (Tzoncolco el Alto), de igual modo, reclamaron que se les legitimara su posesión en las montañas, de Necoxtla, Omiquila, San Cristóbal y Petlacalco.
Otra causa que motivó bajar a la gente de Tzoncolco fue la de tener cerca a los pobladores, estableciéndolos en el lugares accesibles, con el propósito de imponerles la religión católica. Estando retirados, obvio era que los curas o párrocos tenían dificultades para llegar a las pequeñas aldeas, y, en consecuencia, no alcanzaban el objetivo de evangelizar a los naturales, quienes, a decir de los mismos españoles, incurrían en “sacrilegios, vicios de idolatría, muchas supersticiones y total ruina de sus almas”.