Los abuelos adquirieron de los aztecas la técnica de castigar a los hijos malcriados y rebeldes. El castigo era totalmente severo. No existía aún el derecho mundial de los niños, lo cual permitía que cada padre sancionara a su hijo la forma como él quisiera. Tampoco había DIF en el país ni en el pueblo.
Cualquier pequeño que incurriera en una falta grave en la casa, no obedecer fielmente, por ejemplo, el padre se encargaba de detener al muchacho, amarrarlo con mecates y luego colgarlo con una reata en la rama de un árbol o en la gruesa viga de la casa.
Una vez colgado el joven, los padres procedían a colocar sobre el suelo, abajo del castigado, una provisional fogata y sobre ella echaban chiles secos serranos, los cuales con las brazas emitían una fuerte columna de humo sobre el muchacho. Éste, a pesar de que comenzaba a asfixiarse y a toser, los padres no se inmutaban. Sólo le seguían recordándole que si no se corregía lo seguirían castigando así.
El castigo se suspendía cuando los señores veían que el muchacho malcriado comenzaba a vomitar y a dar señales de que se estaba muriendo. Ese era el castigo que se aplicaba a los hijos desobedientes, pero ni aún así pudieron componer al mundo.